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¿Quién tiró los cajones?
Es un paraíso de elefantes marinos y ballenas, pero las costas están repletas de desechos plásticos
Texto de Nicolás Cassese - La Nación
22 de abril de 2023
El 28 de noviembre de 2019 Yago Lange estaba en el Royal Akarana Yacht Club, en Auckland, Nueva Zelanda. Lange era deportista olímpico de vela -en dupla con su hermano Klaus salieron séptimos en la categoría 49er en los Juegos de Río de Janeiro, en 2016-, y se preparaban para el mundial de la disciplina, su última oportunidad para clasificar a los Juegos de Tokio 2020.
Mientras revisaba su celular luego de una jornada de entrenamiento en la maravillosa bahía de Auckland, una imagen lo impactó. Era la de una playa patagónica de Chubut repleta de cajones de plástico rotos. Se la mandaba uno de sus seguidores en Instagram. En paralelo con su carrera olímpica, Yago -el hijo mayor de Santiago Lange, triple medallista olímpico en vela- había comenzado a involucrarse en el cuidado de los espejos de agua, el escenario de su deporte y de su niñez en la ribera norte del Río de la Plata.
El campeonato resultó un fracaso. Quedaron en el puesto 35, no obtuvieron la plaza olímpica y fue el final de la dupla con su hermano. De vuelta en Buenos Aires, Yago, que se había separado de su novia y ya no tenía la rutina de entrenamientos y sesiones en el agua que había ordenado su vida en la última década, se subió al auto, cargó una carpa y se fue solo de viaje al sur. Recorrió la cordillera y volvió por la ruta 3, bordeando el Atlántico. En ese viaje le mostraron las playas de acantilados y viento, un paraíso de naturaleza y fauna -poblado con elefantes marinos y todo tipo de aves-, pero contaminado con cientos de cajas, redes, guantes y baldes: desechos de la industria pesquera. La experiencia lo conmovió y fue el inicio de su cambio: el atleta olímpico estaba mutando a ambientalista.
En estos casi cuatros años, Yago hizo 11 viajes a la zona, organizó reuniones, nueve limpiezas de playas con voluntarios y posteó centenas de historias denunciando la situación, pero las cajas siguen ahí. Y cada vez son más. “Está muy sucio, es un basural en medio de un área marina protegida, y nadie hace nada”, se indigna.
Las playas contaminadas son de difícil acceso, pero de un enorme valor ambiental. La Península Valdés, una de las más afectadas, es zona de cría y reproducción para la ballena franca austral y Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. El gobierno provincial de Chubut detectó la problemática en por lo menos seis puntos -Punta Delgada, Estancia El Pedral, Bahía Cracker, Punta Cormoranes y las islas Tova y Tovita- pero admite que la basura se acumula en otros lugares que aún no pudo identificar porque están aislados.
Lange pasó de la consternación a la denuncia. Acusa al gobierno provincial no sólo de no actuar, también dice que le ponen trabas cuando él quiere encarar iniciativas privadas para sanear las playas. Las autoridades de Chubut lo niegan. Aseguran que organizan limpiezas con gente capacitada, pero que es difícil porque son lugares peligrosos y deben proteger a la fauna de la zona, en especial a los elefantes marinos que se acercan a la costa para mudar el pelo.
El detonante del conflicto entre Lange y el gobierno de Chubut fue en agosto de 2021, luego de que con 20 voluntarios trabajando durante 12 horas seguidas acopiaron 6000 kilos de basura en la isla Tovita. Según Lange, el compromiso de las autoridades era que en un mes irían con embarcaciones a sacar lo que habían recolectado, pero el ambientalista dice que volvió en febrero de 2022 y la basura seguía ahí. La habrían retirado meses después con un buque de la Armada. Durante el año pasado Lange participó en varias reuniones con autoridades de Chubut para entender la problemática y organizar las limpiezas pero, según el ambientalista, no obtuvo más que dilaciones y evasivas que le impidieron ir al terreno.
“Ya ni me responden los mails. No sé cuáles son sus planes”, acusa. Además de limpiar, dice Lange, lo central es dejar de contaminar. “Es muy importante que se hable de esto y se siente en la mesa a los responsables, para que no se siga contaminando. La industria pesquera tiene que ser parte de la solución. Los que ensuciaron y lo siguen haciendo se tienen que hacer cargo”, considera.
Nadie niega el daño ambiental que señala Lange. No lo hace ni el gobierno provincial, ni la industria pesquera. Sin embargo, la propia dinámica de la industria impide que se llegue a una solución. La explicación de las partes involucradas es que los cajones, los baldes y el resto de los elementos que se utilizan en los buques de pesca se caen al agua durante las tormentas habituales en esa zona del Atlántico sur y llegan a la playa por efecto del viento y las corrientes. Muchos también admiten que los cajones no sirven cuando están rotos y que, para que no estorben, ni ocupen el preciado lugar a bordo, algunos marineros los tiran al agua.
El problema del desecho de los buques pesqueros no es solo de elementos de plástico. El sistema de pesca más difundido es el de arrastre: una red que barre el lecho del mar y levanta todo lo que encuentra a su paso. La pesca por arrastre no discrimina entre las especies deseadas y las otras, que terminan volviendo al mar muertas. El cálculo de la propia industria es que el 30% de lo que pescan es desecho y se arroja por la borda.
La industria pesquera está invisibilizada por partida doble. Primero porque gran parte de su trabajo ocurre en alta mar, muy lejos de nuestra vida ordinaria, y, salvo Mar del Plata, los principales puertos pesqueros están distantes de los grandes centros urbanos. Pero además, ni siquiera consumimos gran parte de lo que produce. El año pasado se pescaron 794.000 toneladas, pero los argentinos preferimos la carne y comimos apenas el 10%. El resto, se exporta. La merluza, el calamar y el langostino son las grandes estrellas y se llevan el 70% del total que se saca del mar. Si en otros países hay una épica de canciones y poemas que celebran a los marineros, acá la hay de los gauchos. El Martín Fierro, por ejemplo, inicia la literatura argentina con las andanzas de un trabajador de las pampas bonaerenses.
Jorge Frías sabe esto. Es el secretario general de la Asociación Argentina de Capitanes de Pesca y un sobreviviente. Nació en Mar del Plata y a los 17 años ya estaba embarcando en un pesquero. El 26 de octubre de 1989, cuando tenías apenas 21 años, estaba a bordo del Sheriff I, un barco congelador que pescaba mariscos. La tripulación era de 13 marineros -entre los que estaba su hermano Víctor, de 24 años- más el capitán.
Una tormenta los obligó a buscar refugio en Punta Guanacos, al norte de la Bahía de Camarones, en Chubut, pero encallaron a tres kilómetros de la costa y el barco comenzó a hacer agua. La tormenta azotaba la proa y la maniobra de abandono del barco se volvió aún más peligrosa cuando se les soltó la balsa salvavidas y se hizo de noche. Jorge y el resto de la tripulación se tiraron al agua y flotaron una hora y media, hasta que los rescató otro pesquero. Luego de las maniobras contaron 12 personas. Víctor, el hermano de Jorge, y el capitán, Juan Carmueda, de 33 años, murieron en el naufragio. “Aún hoy puedo ver a mi hermano abrazado al palo sobre la cubierta del buque, hundiéndose”, recuerda Frías.
El de los marineros de los buques pesqueros es “un laburo durísimo, de los más peligrosos que existen”, dice. A las tormentas en alta mar se suman los largos días alejado de la familia. Los barcos que pescan en el Mar Argentino tienen entre 25 y 40 metros y llevan tripulaciones que van de 8 a 16 marineros. Sus salidas de pesca pueden durar hasta 50 días, dependiendo de la especie que buscan y la pericia, o la suerte, del capitán para capturarla.
Los marineros que se embarcan a pescar cobran un básico -según Frías, el del capitán de flota congeladora es de 6900 dólares mensuales por los días en el agua- y un porcentaje de lo que capturan. El capitán es quien decide las zonas de pesca y sobre él recae la responsabilidad de llenar la bodega en el menor tiempo posible para volver a puerto rápido y obtener la recompensa. “El primer día te llevan el mate y te tratan bárbaro, pero si al cuarto día seguís con la bodega vacía no te dicen ni hola”, se ríe Frías sobre la relación del capitán con sus marineros.
El sindicalista dice que la mayor parte de los plásticos que contaminan el mar se desechan en tierra, pero igual admite el problema de los cajones. Su explicación es que caen de los barcos en las tormentas, pero también concede que algunos marineros pueden llegar a tirarlos al agua si están rotos. “Es un problema, está mal. Estamos haciendo seminarios y capacitaciones para resolverlo”, considera.
Igual, sigue Frías, el principal daño ambiental es el descarte de lo que capturan. En la pesca de arrastre, la red levanta todas las especies que se cruzan en el recorrido, pero el buque está concentrado en una sola y los marineros descartan aquello que no les sirve. Frías calcula que tiran el 30% de lo que pescan, lo que suma 1 millón de kilos por día entre toda la flota nacional. “Para nosotros esto es terrible no solo por el daño ambiental sino también porque nos pagan por peso. Si lo tiramos, no cobramos”, indica. Para remediar esto, los capitanes y otras organizaciones están impulsando una iniciativa de Descarte Cero: que todo lo que se pesque llegue a puerto.
La pesca por arrastre es foco de críticas en varios países. La Comisión Europea pretende eliminarla de todas las zonas marinas protegidas de la Unión Europea (UE) para 2030 y la definió como “una de las actividades más extendidas y perjudiciales para los fondos marinos y el medio ambiente”.
“Arrasan con todo, es un desmonte que no vemos porque está debajo del mar”, coincide Diana Friedrich, una naturalista que coordina el proyecto Patagonia Azul para la Fundación Rewilding. La iniciativa trabaja en la restauración del litoral marino en la costa de Chubut e impulsa actividades económicas de turismo en reemplazo de la economía extractiva. Friedrich y Rewilding son aliados de Lange en la cruzada para limpiar las playas de cajones.
Desde la industria pesquera entienden el problema, pero defienden su lugar como productores de alimentos y generadores de riqueza y fuentes de trabajo. “Somos una industria extractiva y tenemos un impacto. Pero aplicamos buenas prácticas y estamos trabajando para mejorarlas”, dice Agustín de la Fuente, presidente de la Cámara Argentina Patagónica de Industrias Pesqueras (CAPIP).
De la Fuente asegura que no tiran cajones al mar de manera intencional -dice que no tiene sentido ya que tienen un costo-, pero que trabajar en alta mar es complejo y las usuales tormentas del Atlántico sur hacen que muchas veces se caigan. Desde la industria, explica, están trabajando en coordinación con la provincia de Chubut para limpiar las playas y también están reviendo sus prácticas para limitar el desecho. “Ningún marinero está pensando en maltratar el mar, sería pegarse un tiro en los pies”, plantea.
La industria pesquera es la responsable de los desechos, pero dicen que se les caen durante las tormentas
En el gobierno de Chubut también dicen que están preocupados con el tema y que trabajan para remediarlo, pero prefieren manejar ellos los tiempos y no dejarse correr por la agenda de Lange. Fernando Pegoraro es el subsecretario de Gestión Ambiental provincial y organiza campañas de recolección de residuos. Asegura que ya hicieron cuatro desde octubre del año pasado. “Fuimos a los lugares más simples y nos quedan los de más difícil acceso”, afirma. La complejidad del terreno no solo es por su difícil ingreso, sino también por los ciclos de los animales que allí habitan, en especial los elefantes marinos, una especie que no debe ser perturbada durante la temporada en la que descansa en la costa.
Nadia Bravo, subsecretaria de Conservación y Áreas Protegidas, es quien, asesorada por expertos, establece cuándo se puede acceder a las playas. Bravo dice que a finales de este mes y principios del que viene será el momento adecuado para el trabajo de limpieza. “Nos reunimos con Yago y le explicamos las dificultades, pero él entra y sale cuando quiere. Supongo que habla con los propietarios de los campos y pasa”, dice Bravo.
No obstante, la funcionaria sabe que el trabajo de limpieza no es suficiente. “Es un bajón ir a limpiar y a los meses volver y que esté todo sucio de nuevo”, admite. La solución, explica, pasa por la industria pesquera. “Tiene que activar otras políticas, pero ya no depende de nosotros”, considera. Julián Suárez, director nacional de Coordinación y Fiscalización Pesquera, asegura que están trabajando en el problema y que pronto se publicará una regulación para obligar a las empresas a rotular sus cajones y el resto de los elementos de pesca.
Con la colaboración de Florencia Rodríguez Altube y Natalia Louzau
Fuente: Diario La Nación ( Ir a la nota)
25/04/2023
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